sábado, 15 de diciembre de 2012

Henry Cavendish - El colmo de un curioso


¿Cuánto pesa la Tierra? 
Esta y otras preguntas por el estilo daban vueltas por la cabeza de muchos científicos en la segunda mitad del siglo XVIII pero fue Henry Cavendish (1731-1810) el que, con su rigor y su personalidad obsesiva, halló la respuesta.
Heredero de una de las fortunas más grandes de Inglaterra, misántropo (permaneció soltero toda su vida), tímido y retraído al extremo de evitar el contacto humano –parece que en realidad padecía lo que hoy es considerado un tipo de autismo– puso todo su interés y su dedicación en la ciencia.

Cavendish abonaba a la teoría del flogisto que estaba en boga en su época, pero sus trabajos (juntos con los de Priestley, Scheele y otros) fueron fundamentales para su demolición, por parte de Lavoisier, y dieron origen a la Química moderna y a la Termodinámica.
Trabajando con “gases artificiales” (que aislaban en el laboratorio y en las fábricas de cerveza y después supimos que se trataba de oxígeno, hidrógeno y anhídrido carbónico)  produjo ¡agua!
Mezcló “aire desflogisticado” (O) de Priestley con “aire inflamable” de Boyle (H) y al aplicar una descarga eléctrica se hizo una explosión con el resultado de que las paredes de la esfera de vidrio se llenaron de gotitas de agua. Meticuloso como era, fue cambiando las proporciones de cada uno de ellos hasta demostrar que hacían falta dos partes de H por una de O para que no quedaran gases residuales y que el peso de los gases que ponía era el mismo que el del agua obtenida.
Así mató dos pájaros de un tiro: encontró la composición del agua y descubrió el principio de conservación de la masa; pero esto último pasó inadvertido hasta que Lavoisier lo formuló con más rigor.

Para hallar el peso de la Tierra, perfeccionó un aparato con el que John Michell había estado experimentando sin éxito hasta su muerte. Al ingenio de su antecesor agregó el suyo propio, más su tenacidad, detallismo y precisión sin los que hubiera sido imposible obtener resultados observables.
Lo que hizo fue medir, con una balanza de torsión, la fuerza de atracción que sobre unas esferas de 0,75 Kg de peso ejercían otras, de 158 Kg , cuando se las acercaba. Teniendo en cuenta la ley de Newton de la Gravitación Universal, con esas mediciones (comparando las fuerzas de torsión y de peso) la única incógnita que le quedaba por deducir era la masa de la Tierra.

Para 1798 publicó el resultado dejando constancia de que el aparato y la idea principal eran de Michell: 1788 x (10) ⃰18 toneladas, es decir 1788 trillones de toneladas lo que equivale a una densidad media de 5,45 g/cm3. Cien años más tarde, las mediciones más precisas arrojaron un valor de 5,52 apenas 1,3% superior.
Ustedes se preguntarán para qué diablos servía eso. La respuesta es: para muchas cosas, por ejemplo para calcular las órbitas de otros planetas con precisión o, al revés, si se tiene la órbita bien estudiada calcular la densidad de astros lejanos (sin tener que traerlos hasta la farmacia de la esquina para pesarlos, lo que sería más complicado).
En 1874 la Universidad de Cambridge llamó con su nombre al Departamento de Física y su primer director, James Clerk Maxwell (el de la teoría del campo electromagnético), recopiló manuscritos inéditos y encontró que había descubierto otras leyes fundamentales antes que sus autores. Merecido reconocimiento fue poner su nombre al Laboratorio Cavendish que, dicho sea de paso, ha tenido entre sus investigadores a 28 premios Nobel.
Entre ellos a Crick y a Watson que ganaron el Nobel de Medicina de 1962 por el hallazgo de la doble hélice del ADN, en base a trabajos de cristalografía de rayos X desarrollados en el King’s College por Rosalind Franklin a la que no mencionaron en absoluto.
Podemos decir que algunos de sus continuadores le hacen más honor que otros al espíritu y a la obra del desinteresado Henry Cavendish.


Bibliografía:
-¿Cómo ves?, Año 11, Nº129, Agosto 2009 – Revista de Divulgación de la Universidad Autónoma de México - Henry Cavendish: la mente genial de un hombre extraño por Gertrudis Uruchurtu.
-Diez teorías que conmovieron al mundo, Ediciones Capital Intelectual, Leonardo Moledo y Esteban Magnani, Buenos Aires, 2006
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2 comentarios:

Marossa dijo...

iusarcMuy interesante leer sobre estos temas para mí, que sólo ando navegando entre la literatura y el arte en general.
El libro de las 10 ideas no está en Internet, así que lo buscaré para comprarlo.
Lo que encontré fue una entrevista a Leonardo Moledo´, entonces entendí mejor para qué sirve la divulgación científica:
Ante esta pregunta
"¿Cuál piensa que es el objetivo de la divulgación?"

LM contesta: Hacer conocer a la gente ese componente de la cultura que es tan importante, lo mismo que la divulgación de la música, la pintura, la literatura. Conocer la belleza de la ciencia, la música de la ciencia".

Usted está en eso, Fernando, así que, gracias!

Fernando Terreno dijo...

Más allá de la alabanza, que agradezco, ¡qué tipo especial ese Cavendish!
Estoy sorprendido de la cantidad de gente que descolló en las ciencias y que en otros sentidos eran poco menos que "cortinas"...
Newton, sin ir más lejos.
Y no quiero venirme más cerca para no desilusionar (y desilusionarme).
Y en la música, en las artes plásticas, en tantas otras cosas es igual...
Bueno, al menos nos queda un consuelo: seremos poco talentosos, pero no solteros... ni misóginos... ¡ni...!
Gracias por su paciencia y su constancia.
Un abrazo.