viernes, 3 de junio de 2016

Con el mismo verso -4- Darío y Lugones

Metempsicosis
(Teoría de la trasmigración de las almas. Reencarnación)
  

La hermandad de los poemas de esta entrega va más allá del hecho de tener el mismo título, Metempsicosis, y de ser emblemas del modernismo. Los autores eran amigos, las ciencias ocultas los atraían, se tenían mutua admiración aunque más tarde las relaciones se agriaron. Lugones lo llamaba maestro y, para los años en que escribieron estos poemas, ambos creían en la reencarnación.

Rubén Darío (1867-1916) lo escribió en París en 1893 y lo publicó por primera vez en México en 1898.  Tenía entonces siete estrofas, en 1907 le suprimió la cuarta quedando su versión definitiva así:

Metempsicosis

Yo fui un soldado que durmió en el lecho
de Cleopatra la reina. Su blancura
y su mirada astral y omnipotente.
     Eso fue todo.

¡Oh mirada! ¡Oh blancura! y ¡Oh, aquel lecho
en que estaba radiante la blancura!
¡Oh, la rosa marmórea omnipotente!
     Eso fue todo.

Y crujió su espinazo por mi brazo;
y yo, liberto, hice olvidar a Antonio.
(¡Oh el lecho y la mirada y la blancura!)
     Eso fue todo.

Yo, Rufo Galo, fui soldado y sangre
tuve de Galia, y la imperial becerra
me dio un minuto audaz de su capricho.
     Eso fue todo.

¿Por qué en aquel espasmo las tenazas
de mis dedos de bronce no apretaron
el cuello de la blanca reina en brama?
     Eso fue todo.

Yo fui llevado a Egipto. La cadena
tuve al pescuezo. Fui comido un día
por los perros. Mi nombre, Rufo Galo.
     Eso fue todo.
Rubén Darío
 


Leopoldo Lugones (1874-1938), publicó su primer libro, Las montañas de oro, en 1897. A él pertenece Metempsicosis, un largo poema escrito en prosa, del que Darío dijo “…pudiera ser firmado por Dante…”
Acá va un fragmento, puesto en versos. Quien quiera leer el original haga clic en este enlace:

Metempsicosis
 
Era un país de selva y amargura;
un país con altísimos abetos,
con abetos altísimos, en donde
ponía quejas el temblor del viento.
Sus colmillos brillaban en la noche
pero sus ojos no, porque era ciego.
Su boca abierta relumbraba, roja
como el vientre caldeado de un brasero;
y mis ojos miraron en la sombra 
una cruz nueva, con sus clavos nuevos,
que era una cruz sin víctima, elevada
sobre el oriente de un incendio,
aquella cruz sin víctima ofrecida
como un lecho nupcial.  ¡Y yo era un perro!
Leopoldo Lugones
.

2 comentarios:

LBDTM dijo...

Hola Fernando, mencantó tu blog, y este poema d Lugones, MUY bueno! gracias por subirlo, es una noche desvelada y después d los chistes (q tb mencantaron! y me convertí en somorgujo) estos versos me acompañan, me siento muy sol@ con lo q estamos viviendo a nivel social, gracias por tu blog, me hace bien, yop

Fernando Terreno dijo...

LBDTM:
Gracias.