El cuento de hoy va en dos partes con la intención de mantener cierta uniformidad en el tamaño de las entradas.
El emperrado o El bufido luminoso
Alguien hizo la primera casa al lado de las vías recién tendidas. No está claro si ya estaba el tanque de agua para las locomotoras, es posible que sí. Del otro lado también edificaron y, poco después, se construyó una tercera casa, pegada a la anterior. De acuerdo con el número de viviendas terminadas, el otro lado iba cambiando alternativamente de lugar: un tiempo quedaba al Norte y a los pocos meses al Sur.
La división, esa línea
fatal, daba vueltas de tanto en tanto en la cabeza de la gente que por alguna u
otra razón se topaba con ella. Una maestra hizo redactar composiciones sobre la
Patria, el progreso y la unión que el ferrocarril traía a los pueblos. Se hizo
célebre la de un alumno con una frase que decía: El toro metálico recorre la
llanura a los bufidos dejando un surco profundo hacia un futuro luminoso. Nunca se supo de dónde la había copiado
la mamá, pero lo concreto es que el futuro luminoso no llegó, y menos para los
afectados directos por el capricho económico-geográfico.
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El emperrado o El bufido luminoso
Alguien hizo la primera casa al lado de las vías recién tendidas. No está claro si ya estaba el tanque de agua para las locomotoras, es posible que sí. Del otro lado también edificaron y, poco después, se construyó una tercera casa, pegada a la anterior. De acuerdo con el número de viviendas terminadas, el otro lado iba cambiando alternativamente de lugar: un tiempo quedaba al Norte y a los pocos meses al Sur.
Un
hecho ajeno fijó la ubicación definitiva del otro lado: el gobierno construyó,
a lo largo de la línea ferroviaria, un camino consolidado que llegaba hasta la
cabecera del partido. Así, este lado, el lado del camino, resultó bendecido,
mientras el otro quedó con las manos vacías. El pueblo nació uno y doble al
mismo tiempo, partido por la línea infinita. Debe haber pocas cosas más
simétricas que un par de paralelas, sin embargo, hay quien dice hoy que ahí
había una marca, una señal inexorable.
Cierta
combinación de desorden, espontaneidad y azar acompañó el crecimiento urbano. Había
algo de duplicación en el desarrollo, y también algunas especificidades. La
iglesia estaba de un lado y el club social y deportivo del otro. La comisaría quedó
de este lado, lo mismo que el Edificio Municipal. La estafeta de Correos y la
Sociedad Italiana, del otro. Se fueron abriendo almacenes, verdulerías,
mercerías, carnicerías, peluquerías y boliches, repartidos en forma más o menos
pareja. Panaderías había tres, demasiadas para un pueblo tan chico, pero dos hacían
reparto por toda la colonia. El tanque fue playón de carga, apeadero y terminó siendo
Estación. La pavimentación del camino que pasó a ser ruta consolidó,
definitivamente, las asimetrías. Los integrantes de las fuerzas vivas –que se
agrupaban en el Centro Comercial–, previsoramente, se habían ido mudando hacia
el lado que terminó favorecido. Imperceptiblemente se fueron formando dos
bandos.
El
primero que reveló el malestar que se iba haciendo carne entre los que quedaron
del otro lado fue Mateo Albanese, dueño y maestro de pala de una de las panaderías.
El tipo podría haberse quedado callado –su negocio estaba de este lado–, pero
ya se sabe que los panaderos son rebeldes y anarquistas. Dijo en el bar: “Así
como en Norteamérica la guerra de secesión partió el país al medio y dio la
victoria a los del norte, así el pavimento ha terminado por privilegiar a los
que vivimos de este lado y dejará cada vez más en el olvido a los del otro
lado. Ese será para siempre el lado pobre”. Estas palabras estuvieron a punto
de darle la intendencia en las elecciones siguientes, de no ser porque su
agudeza intelectual no estaba acompañada en igual medida por algo de flexibilidad
y conocimiento de la gente. Una
característica de los anarquistas, dijo el que le ganó que era miembro del
Centro Comercial y vivía de este lado.
Con
los años el pueblo fue creciendo hacia ambos lados pero, por más que parezca
una cuestión natural, en la evolución siempre hay hijos y entenados. De este
lado, del lado del camino, las cosas
siempre fueron más fáciles. Allí llegaron primero los servicios de luz, la
distribución de agua potable, los pocos teléfonos. Al otro lado también iban
llegando, pero con cierto retraso y merma en la calidad, cantidad o lo que
fuera que remarcaba la diferencia. El otro lado pasó a ser el lado del después.
El
basural y el matadero municipal se hicieron del lado del después, eso sí, fuera
del ejido urbano. El cementerio, del lado del camino. Sería injusto decir que
todas las bondades estaban de una parte y las siete plagas de la otra.
La
sucursal del Banco pareció a mucha gente un acto de reparación: un edificio
nuevo se inauguraba en el lado del después. La Escuela Secundaria vino a
compensar la anomalía, abrió sus puertas del lado del camino.
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