miércoles, 15 de junio de 2016

El emperrado o El bufido luminoso - (Última parte)

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Los pobladores del lado del después parecían resignados o conformes con lo que la vida les había deparado y, sin embargo, una cierta altivez o un leve gesto de firmeza los unía ante el infortunio. Su mansedumbre rara vez se alteraba, y si cada tanto asomaba algún signo de rebeldía, el tiempo se encargaba de atenuarlo hasta que pasaba desapercibido. Por solidaridad, simpatía, noviazgos u otros hechos menores, a este grupo adherían también habitantes del lado del camino. Para la época en que el ramal fue clausurado, su situación se agravó. El surco profundo mostraba no tener fondo.

Justo es decir que también hubo gente que vivía muy tranquila, como si ignorara o no le afectara para nada la cuestión. Y no era sólo un tema de ubicación. No es fácil de entender pero hay gente así, que parece vivir queriendo estar siempre de los dos lados y a la vez.
Otros hacían grandes esfuerzos por disimular o restarle entidad al problema. Recurrían a todas las estrategias imaginables: desde hacer que la procesión recorriera tantas cuadras de un lado como del otro, hasta arreglar las dos plazas simultáneamente y ocuparse de que el concurso floral se hiciera un año en una y el siguiente en la otra. Las fiestas patronales alternaban rigurosamente la sede del festejo. Tanto empeño hacía que muchos se preguntaran si con el mismo trabajo no se hubieran podido hacer obras que acortaran las odiosas diferencias.

Los ritmos de la vida cotidiana terminaron imponiendo su propia dinámica. Los lugareños iban y venían, cruzaban, atravesaban de un lado al otro en función de sus necesidades, quehaceres y avatares, a su libre albedrío. En esos momentos, prácticamente nadie se acordaba de la existencia de la frontera. La línea se esfumaba, desaparecía.
La excepción fue Tino Rolandi. Es él quien merece que esto sea contado, porque con su actitud casi inverosímil trajo algo extraño y perturbador a la historia de ese pueblo en el medio de la llanura. Anunció con determinación, cuando todavía era casi un chico: Nunca cruzaré a ese lado, jamás. Toda mi vida me voy a quedar acá. Voy al médico acá, compro pan acá, trabajo acá. Hasta ahora no necesité nunca nada de aquel lado, así que puedo pasarme el resto de mi vida sin ellos.

Hasta donde es posible saberlo, cumplió su consigna al pie de la letra. Toda su existencia se desarrolló en la mitad a la que Dios acostumbraba olvidar o visitar con tardanza, el lado del después. Allí fue a la escuela primaria –no hizo la secundaria para no tener que cruzar–, allí tuvo el noviazgo, allí hacía todas las compras necesarias, allí puso su tallercito. Cuando por cualquier motivo tenía que ir a la ciudad, hacía media legua en bicicleta, la dejaba en el rancho de un amigo cerca del camino y allí esperaba el colectivo. Parecía sentirse libre en su propia restricción. 

Al principio lo tomaron a la chacota, pero con el paso de los años se fue haciendo evidente que la cosa iba en serio. Ya se le va a pasar, es una forma de llamar la atención,  se decía en los primeros tiempos. Pero cuando el tipo convirtió eso en una razón de vida, las opiniones sobre los motivos de su proceder se dividieron. Una testarudez. Un acto de rebeldía. Lo hace de aburrido, para matizar la vida de nuestro pago chico. Hay ideología allí. Es capricho, pura locura. Una firme convicción. Un desgraciado. Un tipo muy inteligente. Un toque de atención para las autoridades. Una prueba de la estupidez humana. Un llamado a rebelarse contra las injusticias. Si se habrán escuchado cosas…

A unos chicos que llegaron como hinchada desde un pueblo vecino les dijo claramente: “Lo hago porque a nosotros nos joden y yo me voy a encargar de que no quede en el olvido”.
Seguramente los motivos fueron cambiando a lo largo de su vida. A lo mejor al principio fue nomás un capricho o una broma que terminó convenciendo al bromista. Más tarde, la cosa fue tomando otros matices. Cuando supo que iba a morir pidió a sus amigos que lo sepultaran en el pueblo vecino. Dijo: “No voy a andar cambiando de ideas a último momento”.

Fernando Terreno
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3 comentarios:

Callista dijo...

Muy lindo cuento , que refleja al pie de la letra como se desarollaron/desarrollan todos los pueblos chicos no solo de Argentina si no en el Mundo.

juan pascualero dijo...

¡Genial! Tal cual " Santo Pepe ". Hube escrito un sesudo y largo comentario pero borróseme (justicia divina) Un abrazo.

Fernando Terreno dijo...

Callista: ¿Por sus pagos también es así la cosa? Gracias por la visita.
Juan: ¡Santo Pepe! Sí, algo debo haber "tomado" de ésa "populosa urbe". ¿Así que me perderé ese comentario? Lo lamento de verdad.
Podríamos escribir a dúo historias de este tipo (tengo dos o tres más, que dan para sacarles el jugo). Un honor su visita a este boliche.
Abrazos a los dos.