sábado, 28 de noviembre de 2009

Lectura y declamación 1

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Declamación
La palabra hablada enriquece a las palabras escritas y las llena de sentidos. La primera artesana de la voz que tuve el privilegio de escuchar fue Berta Singerman: “Somos siete señor, dos en Gales, dos en …” todavía resuena en mis asombrados oídos. No alcanzaba a entender que con tan poco se pudiera hacer tanto.
Con anterioridad, había escuchado hasta el hartazgo El señor firulete y La moneda volvedora, los cuentos de Vigil, en discos de pasta. Más tarde, la época del vinilo acercó otro privilegio: poesía clásica española, “en la voz” de Fernando Fernán Gómez.
A partir de allí, con la escucha siempre asombrada, pero ya más atenta, me he regocijado con cuenteras, actores, actrices y lectores varios. También he asistido a escenas de un maltrato increíble de diversos textos, muchas veces por parte de sus propios autores y generalmente causados más por la exageración que por la apatía. He visto palabras que jamás pudieron recuperarse de esas palizas.

Como mi memoria es escasa, vaga y selectiva, voy a traer a algunos de aquellos prodigiosos juglares que construyeron momentos sublimes y los textos que nos regalaron. Posiblemente mañana aparezcan otros, pero hoy el recuerdo es para estos.

Walter Santa Ana. Vino una noche a colaborar con un acto de la cooperadora de la escuela. Acometió la misión imposible de hacer dos monólogos: Palabra de Borges y Palabras calientes –textos de Gargantúa y Pantagruel– ante un auditorio de 100 personas de 1 a 90 años de edad. En pocos minutos logró un silencio total, él solo, todo al oscuro menos el seguidor que lo alumbraba, nos mantuvo en vilo durante una hora. Al finalizar, se encendieron las luces y el silencio continuó por varios minutos. No puedo asegurarlo, pero creo recordar que hasta las moscas suspendieron sus vuelos esa noche.
Miguel Angel Solá. Desde el lacónico Valdez Cora (de la película de Juan José Jusid, Asesinato en el Senado de la Nación) hasta la lectura de poemas de Mario Benedetti, tengo la sensación de que el aire se solidifica y el resto del mundo desaparece cuando nos deja sus mínimos gestos y su voz profunda.
Marilú Marini: inmovilizada en el escenario, “enterrada” hasta la cintura, en “Los días felices” de Beckett (Teatro General San Martín), haciendo solita ese personaje mezcla de optimismo a ultranza, ironía y negación, nos dejó con la sensación de haber visto a un elenco de 10 personas a la vez que nos llevó de la risa a la depresión, pasando por la agresividad todas las veces que le tocó hacerlo.




Y el párrafo final para Las dos carátulas: el programa de teatro leído de Radio Nacional (AM 870 República Argentina) que es otro de los trabajos milagrosos logrados con las voces y los “efectos especiales” (especialmente caseros). En una época tan altamente tecnológica parece un anacronismo, pero escucharlos, sigue siendo un regocijo.


La caricatura de Berta Singerman de 1927, una joya del art decó, es obra del gran dibujante y muralista mexicano Ernesto García Cabral. La tomé del número de agosto del mismo año de la revista Martín Fierro.
En las fotos, de izquierda a derecha, Miguel Ángel Solá (como Salvador Mazza en Casas de Fuego de Juan B. Stagnaro), Marilú Marini y Walter Santa Ana (como Krapp, en Krapp, la última cinta magnética, de Beckett).
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2 comentarios:

andal13 dijo...

Ah, qué bueno este homenaje a la voz y a la actuación...!

Quedan resonando en mi cabeza tantas voces que han sabido conmoverme...

FLACA dijo...

Es cierto lo que decís, saber decir y tener una buena voz es fundamental para encantar al otro. Mucho más atractivo e importante que una buena cara.Un texto bien dicho, con una buena voz, dice y sugiere mucho más que
un texto pelado. Tus recuerdos de actuaciones emorables me llevaron a recordar otras actuaciones que se ve estaban guardadas en mi inconsciente.
Siempre es un placer leerte, Fernando.Un abrazo.

P.S.- AMe gustaría que pudieras arreglar eso del blog que avisa cuando actualizás.