Hay un recurso usado hasta el cansancio en la
literatura: el narrador recibe una carta o encuentra un escrito y se limita a
transcribir la historia.
El truco, más
manyao que el tango La cumparsita, se origina en el espíritu jocoso cuando
no en la pereza o poca afección al trabajo de los escritores en general.Al tomar esta precaución los literatos dejan en claro que no son historiadores y se sacan de arriba la responsabilidad de los errores que cometen. El gremio se la pasa tratando de poner a la Ficción por encima de la Historia como representación de “la realidad” y como un camino directo al conocimiento, pero evita con este recurso cualquier objeción a la falta de rigor en el encadenamiento de hechos y sucesos.
No menos cierto es que, al mismo tiempo, nos dicen que lo que conocemos como Historia Oficial no es más que otra intermediación como cualquiera, más o menos espuria, más o menos fictcia.
Uno de los primeros en reír a nuestras costillas fue don Miguel de Cervantes que, después de unos cuantos capítulos de empezado Don Quijote, nos cuenta que se trata de una historia que encontró casualmente, escrita por un tal Cide Hamete Benengeli en árabe y que él hizo traducir por poca plata.También se da el gusto de mostrar los naipes y decir que ha cambiado pocas cosas, nombres, lugares y “algunas menudencias, de poca importancia y que no hacen al caso de la verdadera relación de la historia; que ninguna es mala como sea verdadera”. “…si se le puede poner alguna objeción acerca de su verdad, no olvidemos que su autor es arábigo, siendo muy propio de los de aquella nación ser mentirosos;…”
Es decir: si hay algo que les parece mal, no me jodan y vayan a quejarse a Gardel o a Cide Hamete.
Otro caso de colección es la novela Las nubes de Juan José Saer.
Se trata de unas memorias escritas por el doctor Real en 1835 y que una anciana puso en manos de Marcelo
Soldi. Lo que Real (¡junen el apellido que eligió!) relata son cosas que le
pasaron antes de 1804 durante su estadía en Europa. Pero el relator no es Real,
ni tampoco es Soldi sino un tal Pichón
Garay que está en París leyendo en su computadora un disquete que le ha mandado Soldi, donde este ha pasado en limpio el original de Real, y
con ese material escribe la novela.El artificio está potenciado al máximo. Entre tanta cantidad de intermediarios y tan gran desfasaje temporal, es posible que nos quedemos en las nubes con relación a lo realmente relatado por Real. Después no me vengan con que no se los advertí, parece querer decirnos Saer.
… Continuará
.
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