viernes, 19 de abril de 2013

El horizonte


He contado esta historia varias veces sin que a nadie le interesara demasiado. Como a mí todavía me fascina, va de nuevo.
Un hombre nacido y criado en Ushuaia (Tierra del Fuego), próximo a cumplir cuarenta años, no había salido jamás de la ciudad y sus alrededores. Toda su vida la había pasado ahí, rodeado de montañas.
Sus amigos le regalan un viaje “al norte” y él elige Río Gallegos (¡!) como destino. Parte en un vuelo de Aerolíneas y regresa a la semana. A la vuelta todos lo acosan con preguntas sobre el viaje y lo que más le había impresionado.
–En Gallegos, si mirás a lo lejos, las cosas llegan más allá de donde alcanza la vista.
Había descubierto algo extraordinario: el horizonte, cosa que nosotros –habitantes de la llanura– no vemos por encontrarlo muy natural.

Siempre pensé que en el horizonte (y más allá) había una historia para contar. Una historia sobre el misterio y la atracción que esconde esa línea infinita y difusa. Pero los intentos de pasar las sensaciones al papel fueron infructuosos. Ahora que acabo de encontrar un cuento que lo hace maravillosamente, me siento tan contento como si lo hubiera escrito yo y les dejo un fragmento para compartirlo.

Voy a hacer la valija para salir bien temprano. Tengo que poner las camisas, el sombrero Boongala que traje de Nueva Zelanda. Ya cerré la llave de paso. Ahora voy a dejarle una nota a la señora que limpia.
…Es curioso, por lo tanto, que en estos años no haya logrado escribir una línea sobre el desierto, que tanto me desvelaba.
Zambullirse en aquellos sitios debe haber sido horrible. La Berta nos hacía leer un libro. Qué impresión decía el loco Sarmiento, debía causar a la gente el simple acto de clavar la mirada a lo lejos y no ver prácticamente nada. Porque a medida que hundieran los ojos en aquella franja vaporosa, serían atacados por la fascinación y la duda. ¿Dónde terminaría aquel mundo impenetrable? ¿Qué habría más allá del horizonte? La soledad, el peligro, la muerte. El que llegara a pasar por ahí, aseguraba, sería asaltado por pesadillas que lo harían soñar despierto.
Bueno, creo que ya he juntado el coraje para mandarme al desierto. Posiblemente parta muy pronto.
…son esas pequeñas visiones las que lo llevan a uno a salir de casa, a cargar el tanque de antimateria y remontarse al espacio.

Eduardo Belgrano Rawson, Perdidos en el desierto, cuento que está en El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos, Buenos Aires, Aguilar, 2006.


El cuento completo aquí:
http://escritossudacas.blogspot.com.ar/2008/01/perdidos-en-el-desierto-otro-relato-de.html

Pacheco no fue, otro cuento del libro se puede leer acá:
http://www.prisaediciones.com/uploads/ficheros/libro/primeras-paginas/200601/primeras-paginas-el-mundo-se-derrumba-y-nosotros-nos-enamoramos.pdf

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6 comentarios:

Marossa dijo...

Una mujer nacida y criada en Uruguay próxima a cumplir ...., no había salido jamás a conocer Córdoba ,Argentina, ni la ciudad, ni sus alrededores. Toda su vida la había pasado ahí, entre el río grande como mar y la penillanura ondulada.
Sus amigos sugieren una breve estadía en casita de la cuñada en Villa de Las Rosas como parte de la conquista de la provincia en siete días. Parte con los amigos en auto y regresa a la semana. A la vuelta todos la acosan con preguntas sobre el viaje y lo que más le había impresionado.
–En Villa de Las Rosas, cuando te despiertas a la mañana, te dan ganas de subirte al cerro Champaquí para ver si del otro lado sigue el mundo. A lo largo del día te vas acostumbrando a sentirte Papillon entre mate y rosas.
Había descubierto algo extraordinario: la montaña casi en el patio, cosa que nosotros –habitantes de la penillanura– vemos sólo en los programas de la National Geographic.

Si no fuera éste un blog muy serio agregaría las malas palabras que fueron inspiradas por el tal cerro a la claustrófica señora,ante el asombro de los acompañantes que se derretían de felicidad ante tal maravilla de la naturaleza.

Mis cálidos saludos junto a las disculpas por no haber comentado nada sobre Kafka y los yuyos que estaban muy buenos.

Fernando Terreno dijo...

Querida Marossa:
muy acertada su descripción de la claustrofobia que nos agarra a los llaneros en esas quebradas opresoras.
Con relación al tiempo, le diré que no importa cuántos son los por cumplir sino los otros, y en ese sentido le diré que sus cuarenta -ya cumplidos- se notan en sus buenos humores.
Comente o no comente, saberla entre las visitantes asiduas de esta fonda es una satisfacción grande.
Un abrazo.

Unknown dijo...

Es así nomás, muy lindas las montañas pero para un ratito. Si no veo el horizonte por unos días, me inquieto un poco. Aunque la ciudad lo corte y desfigure y llene de smog, sé que con un poco de pedaleada ya está a la vista.

El ambiente nos hace un poco, y a veces nosotros le hacemos demasiado a él.

Abrazo.

Fernando Terreno dijo...

cr:
Parece que el "Alma llanera" de los pampeanos/pampinos prevalece (sobre las invasivas serranías de los montañeses), en especial si es cuestión de pedalear nomás para sentirse libres (y eso que por más que pedaleemos el "horizonte fugitivo" nos deja siempre detrás).
Un abrazo.

América dijo...

El horizonte nos recuerda que hay siempre algo más allá,de lo que una inclusive profunda mirada puede captar.Hay quienes pensaron que el mundo terminaba a lo lejos del horizonte.
Abrazos.Me ha encantado tu entrada,inspiradora Fernando.

Fernando Terreno dijo...

América:
Siempre tan gratificantes tus comentarios. Paso seguido por tu http://miespacioflamenco.blogspot.com.ar/
pero me he plegado a esta fiaca en dejar comentarios que nos ha contagiado un poco a todos.
De hecho estoy escuchando nuevamente a este Gererdo Núñez maravilloso, que ya nos trajiste hace un tiempo y. que tiene un homónimo por aquí.
Un abrazo.