La argentinidad al palo
La hermandad de las poesías de hoy está en los
diferentes modos de pensar la construcción (y de apropiarse) de la “identidad
nacional”.
Carlos Guido y
Spano (1827-1918) es el autor de Trova, un largo poema de 1895, que empieza y termina así:
He nacido en Buenos Aires,
¡Qué me importan los desaires
con que me trata la suerte!
Argentino hasta la muerte,
He nacido en Buenos Aires.
César Tiempo (Israel Zeitlin, 1906-1980), respondió con una demoledora muestra de
talento, ironía y humor: soy Argentino hasta la muerte, nací en Rusia. Es decir
soy un inmigrante, tan inmigrante como vos, aunque hayas nacido acá, tus
ancestros –los apropiadores de la Patria– eran también inmigrantes. Escribió esta
parodia de la famosa estrofa:
¡Yo nací en
Dniepropetrovsk!
No me importan los
desaires
con que me trate la
suerte.
¡Argentino hasta la
muerte!
Yo nací en
Dniepropetrovsk.
Lo voy a decir con un
chiste cordobés: –Negra, no te hagái la despeinada, que soi de Via Azalais.
En esta época, de
chauvinismo explícito, me pareció interesante repasar estos temas, así como sería
bueno recordarle a nuestro presidente –promotor de una campaña para cobrarle a
los inmigrantes la atención en los hospitales– que empiece por cobrársela a su
propio padre, inmigrante siciliano.
En esta puja terció
también, César Fernández Moreno (1919-1985), hijo del gran
Baldomero –el de “Setenta balcones y ninguna flor…”–, con
su intento de construir la nacionalidad logrando una identidad estética propia
que incluya a “los otros”; a lo autóctono, a lo extranjero y a llevar esa
discusión a la esfera pública.
Escribió Argentino hasta la muerte (ed.
Sudamericana, 1963) un largo poema que desde el título refiere directamente al
tema y es una larga autobiografía que llega hasta los tiempos en que no había
país ni acá ni en la península ibérica.
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