Tengo
ganas de cenar, de modo que, con el permiso de ustedes, voy a buscar un restaurante cercano y enseguida
continuaremos divagando sobre cualquier cosa que venga a cuento. Ya lo dice el
refrán: “Panza llena, corazón contento”, por lo que ¡allá vamos!
Amigos, los dejo, trataré de hincar el diente en cualquier negocio que me sirva algo digerible, dejando de lado cualquier consideración acerca de la denominación del local, su etimología y el nombre aristocrático con que bauticen a la milanesa que quiero comer.
La
búsqueda se está complicando, parece que no hay restaurantes por esta zona. Hay
unos establecimientos dedicados a dar servicios similares, pero llevan otros
nombres:
Bistró,
Brasería, Trattoria, Bar Notable. Como la oferta es amplia, saco mi
celular y busco un buen diccionario de sinónimos y alguna aplicación que venga
en mi ayuda.
¡Para
qué! La lista se agranda con Bodegón,
Comedor, Parrilla, Chivitería, Taberna, Morfódromo, Chifa, Cafetería, Figón,
Fonda, Mesón, Posada, Pub, Boliche, Pizzería, Cantina.
La
idea de “comer afuera” es de los finales de la Edad Media. Hasta esos tiempos
se comía “adentro” de las murallas, de los palacios, de las residencias y los conventos.
Las industrias nacientes y los caballeros que se trasladaban dieron lugar a los
primeros establecimientos donde comer –a veces la propia comida que se traía–,
como las ventas que aparecen en los libros de caballería o los caravasar de la
Ruta de la Seda.
París
pasa por ser la cuna de la gastronomía y los restaurantes; en realidad cuando aparecieron en Francia hacía muchos años que en Londres florecían las taverns, frecuentadas por la clase alta, .
Venite
ad me omnes qui stomacho laboratis et ego vos restaurabo (Venid
a mi todos los que tengan el estómago cansado y yo los restauraré)
Ese
cartel puso frente a su negocio, cercano al Louvre, un comerciante que servía
caldos, consomés y otros potajes con los que sus clientes recuperaban fuerzas y
buen humor, vino mediante. Así nació el primer Restaurante, poco antes de la
Revolución. A partir de allí se multiplicaron y la alta cocina salió de los
palacios y sentó baza en ellos.
Todavía
quedan algunos que vienen desde aquellos tiempos: La tour d’argent, Procopio,
Polidor.
Este
último, fundado en 1845 como Crèmerie Restaurant Polidor, sirve todavía hoy
vino en jarra y un espectacular Boeuf bourguignon
por menos de 15 € con postre incluido. Eso sí, en efectivo: un pizarrón
advierte ¡desde 1846 no aceptamos tarjetas de crédito!
Amigos, los dejo, trataré de hincar el diente en cualquier negocio que me sirva algo digerible, dejando de lado cualquier consideración acerca de la denominación del local, su etimología y el nombre aristocrático con que bauticen a la milanesa que quiero comer.
Entro
a uno elegido al azar, pero la suerte es grela: encuentro que, además de
aguantarme toda la sanata posmoderna, ¡la puta, había show!
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