miércoles, 18 de mayo de 2011

Diplomacia y Literatura

Diplomacia en la literatura

La Diplomacia es un arte al servicio de los intereses y relaciones entre naciones cuyos límites podemos establecer -dado que su herramienta son las palabras- entre la Literatura por un lado y, por el otro -cuando aquellas se acaban- las acciones Militares.
Siendo los diplomáticos especialistas en el uso del lenguaje, el uso cuidadoso y apropiado de las palabras es fundamental para que sus tareas contribuyan a solucionar o evitar problemas y a mantener los conflictos más cerca de las letras que de las municiones.

Las Escuelas de Diplomacia tienen en Balzac a un profesor emérito cuya destreza es esas artes se muestra en varios pasajes de su obra. De su cuento El cura de Tours he seleccionado unos fragmentos, en especial el diálogo entre el abate Troubert y la señora de Listomère que son una muestra deliciosa de habilidad y sagacidad por parte de ambos.

Pero antes, otro fragmento, corto, de tono humorístico y divertido, de Ceremonia secreta de Marco Denevi. Si ser diplomático consiste en decir las cosas más atroces de manera que cumplan su objetivo sin caer en groserías, el párrafo que sigue es la muestra más consumada de talento para referir insultos sin decir ni uno solo.


“…se plantó frente a la señorita Leonides y se puso a insultarla clamorosa y concienzudamente. La llamó con nombres erizados de erres y de pes como vidrios rotos, le adjudicó imprevistos parentescos, le atribuyó profesiones a las que se suele calificar ya de tristes, ya de alegres; la apostrofó como los peores pecadores seremos apostrofados el Día del Juicio, y, en fin, la exhortó a perpetrar con la pobre ortiga los más heroicos y los menos vulgares usos y abusos.”

Marco Denevi, Ceremonia secreta, 1961, Corregidor, Buenos Aires.


(fragmento de la obra de Balzac)
“Enorgullecido tal vez de recibir en la biblioteca de Chapeloud, y junto a la chimenea, adornada por los dos famosos cuadros cuya posesión se le había discutido, a una señora que hasta entonces no le había reconocido como hombre importante, Troubert hizo esperar un rato a la baronesa. Luego consintió en darle audiencia. Jamás cortesano ni diplomático alguno pusieron en la discusión de sus intereses particulares o en el desarrollo de una negociación nacional tanta habilidad, tanto disimulo y profundidad como desplegaron la baronesa y el abate cuando se vieron ambos en escena.

En nuestro caso, para darse bien cuenta del duelo de palabras que se libró entre el presbítero y la gran señora, es necesario que desvelemos los pensamientos que mutuamente se ocultaron bajo frases de apariencia insignificante. La señora de Listomère empezó mostrando el disgusto que le causaba el pleito de Birotteau y luego habló del deseo que tenía de ver terminado el asunto a gusto de las dos partes.
-El mal está hecho, señora -dijo el abate con voz grave-: la virtuosa señorita Gamard se muere. (Tanto me importa esa imbécil como el preste Juan -pensaba-; pero querría echar sobre ti la responsabilidad de esa muerte o inquietar tu conciencia, si eres tan simple que te preocupas de ello.)
-Cuando supe su enfermedad, señor -respondió la baronesa-, exigí del señor vicario una renuncia, que aquí traigo, para esa santa señorita. (¡Te adivino, astuto pícaro -pensaba-; pero ya nos tienes al abrigo de tus calumnias. Si aceptas la renuncia, caes en el lazo; es como si confesaras tu complicidad.)
Hubo un momento de silencio.
-Los asuntos temporales de la señorita Gamard no me conciernen -dijo al fin el presbítero, abatiendo los párpados para que no se advirtiese emoción alguna en sus ojos de águila. (¡Oh, no me comprometerás! Pero, ¡alabado sea Dios!, los malditos abogados no defenderán ya un asunto que podía salirme mal. ¿Qué quieren los Listomère para convertirse en servidores míos?)
-¡Ah, señor! -replicó la baronesa-. Los asuntos del señor Birotteau son para mí tan ajenos como para usted los de la señorita Gamard; pero, desgraciadamente, estas disputas pueden dañar la religión, y yo en usted no veo más que un mediador, como yo he tomado a mi cargo el papel de conciliadora... (No nos engañaremos, no. ¿Notas bien la tendencia epigramática de mi contestación?)
-¡Perjudicarse la religión, señora! -dijo el gran vicario-. La religión está demasiado alta para que puedan alcanzarla las querellas de los hombres.(La religión soy yo -pensaba.) Dios nos juzgará sin equivocarse, señora -añadió-; no reconozco más tribunal que el suyo.

-Pero aquí tengo yo un acta -dijo la señora de Listomère- que zanja toda discusión y se los entrega a la señorita Gamard. -Y puso la renuncia en la mesa. (Mira -pensaba- cómo confío en ti.) -Reconciliar -añadió- a dos cristianos es digno de usted, señor, y de su noble carácter; aunque yo ahora no me tome mucho interés por el señor Birotteau...
-Pero vive con usted -interrumpió él.

El abate frunció las cejas.
-...a los derechos que distinguidos abogados le reconocen, el retrato...
El presbítero miró a la señora de Listomère.
-...el retrato de Chapeloud -prosiguió ella-; sea usted juez de esta pretensión... (Si quieres pleitear, serás condenado, -pensaba.)
El acento con que la baronesa dijo «distinguidos abogados» hizo comprender al presbítero que conocía el flaco y el fuerte del enemigo. La señora de Listomère demostró tanto talento en el curso de la conversación, a los ojos de aquel conocedor sagaz, que el abate bajó a las habitaciones de la señorita Gamard para obtener su respuesta a la transacción que se le proponía.
Pronto volvió a subir Troubert.

-Señora -respondió-, tengo demasiadas y grandes ocupaciones, que no me permiten hacer vida de sociedad; pero, ¿qué no haría por usted? (La solterona va a reventar; entablaré relaciones con los Listomère y los serviré si me sirven -pensaba-; mejor es tenerlos como amigos que como enemigos.)
La señora de Listomère volvió a casa esperando que el arzobispo consumaría la obra de paz comenzada tan felizmente.”


H. de BALZAC, El cura de Tours
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7 comentarios:

andal13 dijo...

Lo diré en forma diplomática: ¡La puta que hace rato que no andaba por los blogs!

Pa' ejemplo de diplomacia, vaya este intercambio de "saludos" entre Eduardo Acevedo Díaz y Julio Herrera y Obes, allá por 1880, publicados por la prensa de la época:

"Señor don Julio Herrera y Obes:
Las injurias y ofensas que me prodiga usted en el "Diario del Comercio" de ayer, no merecen otra contestación que un latigazo en el rostro, que le daría a usted si lo tuviera a mi alcance. Pero basta la intención, y délo usted por recibido de mi mano." EDUARDO ACEVEDO DÍAZ

"Señor Don Edgard el Romántico:
Los latigazos en el rostro se devuelven con un balazo en la frente; déselo usted por pegado de mi mano. A los zonzos de su clase que andan a pesca de escenario para exhibirse en traje de matón de zarzuela, se les mata con el desprecio; téngase usted por muerto." JULIO HERRERA Y OBES

Más datos del "duelo": http://letras-uruguay.espaciolatino.com/maneco/duelo.htm

Fernando Terreno dijo...

andal13:
Qué divertidos esos saludos.¡Un derroche de talento por ambas partes!
Parecen un bolero caribeño. Lo mejor, por lejos, en el tema.
Gracias.

andal13 dijo...

¡Me encantó ese intercambio de denuestos! Aprendan los parlamentarios actuales que igual se agarran a trompadas como si estuvieran en el campito y tuvieran 9 años...

José Luis Castro Lombilla dijo...

Magnífica entrada esta y muy divertidos vuestros comentarios... Saludos

Fernando Terreno dijo...

Lombilla:
Un alegrón, tu visita.
Gracias

América dijo...

Fernando la lírica de la diplomacia se ha ido perdiendo,muy agudo el artículo cuantos deberían leerlo.
Un abrazo.

Fernando Terreno dijo...

América:
Tenés mucha razón y entre los primeros debería estar yo, que tengo cierta propensión para la puteada (acá, por ejemplo debería poner insulto o blasfema, pero no me sale).
Menos mal que tengo lectoras benevolentes y corajudas.
Un abrazo