La Pulpera inicia una serie sobre este tópico con dos
verdades consagradas que no están establecidas sobre certezas o admiten, al
menos, otra mirada.
Las últimas
palabras de César
Para
todo el mundo, las últimas palabras de Julio César antes de ser asesinado
fueron:
-¿Tu
también Bruto, hijo mío?Y, en consecuencia, damos por sentado que el asesino fue el tal Bruto y que el emperador se dio tiempo para una frase final piadosa y digna del bronce.
César
murió en el senado romano de numerosas puñaladas que le dieron los partidarios
de una facción, en la que había muchos senadores que se le oponían, entre ellos,
Cayo Casio, Metelo Címber, Decio Bruto y Marco Bruto, que no eran hijos suyos.
Hay discordancia entre los historiadores sobre si murió en silencio (Plutarco)
o dijo algo (Suetonio), pero ambos escribieron sobre el punto más de cien años
después.
La
frase inmortalizada es de una obra de teatro: Julio César (Acto III Escena 1ª ) de William Shakespeare:
CÉSAR.-
¡Tú también, Bruto!... ¡Muere, pues,
César! (Cae muerto)El agregado “hijo mío” es una ampliación libre de algún traductor y parece que tuvo aceptación, porque se impuso hasta nuestros días. (A ver si alguien le avisa a Freud y termina descubriendo que algún hijo ha querido matar al padre a lo largo de la historia…)
No importa lo que haya dicho, el gran inglés encontró palabras tan adecuadas que ya nadie podrá convencernos de otra cosa.
El premio
Pulitzer
Premio
a la excelencia en periodismo, literatura y música, todos lo tenemos asociado a
algo prestigioso y al periodismo como sagrada defensa de nuestra libertad. Los
entrega anualmente, desde 1917, la Universidad de Columbia y han sido
galardonados grandes escritores y personalidades de la cultura. En las
categorías periodísticas solo pueden presentarse trabajos hechos en diarios con
sede en EEUU.
Sin
embargo, llama la atención que el orgullo por ese reconocimiento no sea
menguado por llevar el nombre de alguien que fue pionero del periodismo
amarillo, de las primeras “operaciones de prensa” y de la difusión de mentiras
que condujeron a su país a la guerra.
Sin
reparos a los méritos de los premiados, no deja de resultar paradójico que un premio a la excelencia periodística
lleve el nombre de un canalla del periodismo. Sería como si el premio a la
Paz se llamara Adolfo Hitler o el premio de la Sociedad de Cirugía se
denominara Jack, el destripador.
Joseph
Pulitzer compró un diario quebrado, el New
York World y lo levantó a fuerza de noticias sensacionalistas. El
periodismo amarillo -la difusión de noticias de baja estofa- tomó su nombre de
él, por una historieta en colores, The
Yellow Kid, que publicaba. William
Randolph Hearst, su competidor en el mundo periodístico terminó robándole al
autor de la tira que pasó a salir en el Journal. Pero la mayor víctima de esa disputa fue la
opinión pública ya que ambos diarios pasaron a competir inventando, disfrazando
o distorsionando las noticias y
cambiando el objetivo de informar por el de vender. En ese sentido Joseph
Pulitzer fue pionero en eso de convertir al periodismo y a los medios de
difusión en lo poco creíbles que son actualmente.
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