martes, 23 de julio de 2013

No es verdad, pero todos lo creemos -1-

Lo verosímil se impone a lo verdadero por muy fantasioso que sea. Debe haber muchas razones para esto: nos gustan los finales felices, la realidad es demasiado dura para soportarla durante toda la vida, somos seres fáciles de manipular, preferimos las cosas simples a las complejas. Es lo que resume tan bien el dicho italiano: Se non é vero, é ben trovato.

La Pulpera inicia una serie sobre este tópico con dos verdades consagradas que no están establecidas sobre certezas o admiten, al menos, otra mirada.

 
Las últimas palabras de César

Para todo el mundo, las últimas palabras de Julio César antes de ser asesinado fueron:
-¿Tu también Bruto, hijo mío?
Y, en consecuencia, damos por sentado que el asesino fue el tal Bruto y que el emperador se dio tiempo para una frase final piadosa y digna del bronce.

César murió en el senado romano de numerosas puñaladas que le dieron los partidarios de una facción, en la que había muchos senadores que se le oponían, entre ellos, Cayo Casio, Metelo Címber, Decio Bruto y Marco Bruto, que no eran hijos suyos. Hay discordancia entre los historiadores sobre si murió en silencio (Plutarco) o dijo algo (Suetonio), pero ambos escribieron sobre el punto más de cien años después.
 

La frase inmortalizada es de una obra de teatro: Julio César (Acto III Escena 1ª ) de William Shakespeare:
CÉSAR.- ¡Tú también, Bruto!... ¡Muere, pues, César! (Cae muerto)

El agregado “hijo mío” es una ampliación libre de algún traductor y parece que tuvo aceptación, porque se impuso hasta nuestros días. (A ver si alguien le avisa a Freud y termina descubriendo que algún hijo ha querido matar al padre a lo largo de la historia…)
No importa lo que haya dicho, el gran inglés encontró palabras tan adecuadas que ya nadie podrá convencernos de otra cosa.

El premio Pulitzer
Premio a la excelencia en periodismo, literatura y música, todos lo tenemos asociado a algo prestigioso y al periodismo como sagrada defensa de nuestra libertad. Los entrega anualmente, desde 1917, la Universidad de Columbia y han sido galardonados grandes escritores y personalidades de la cultura. En las categorías periodísticas solo pueden presentarse trabajos hechos en diarios con sede en EEUU.

Sin embargo, llama la atención que el orgullo por ese reconocimiento no sea menguado por llevar el nombre de alguien que fue pionero del periodismo amarillo, de las primeras “operaciones de prensa” y de la difusión de mentiras que condujeron a su país a la guerra.
Sin reparos a los méritos de los premiados, no deja de resultar paradójico que un premio a la excelencia periodística lleve el nombre de un canalla del periodismo. Sería como si el premio a la Paz se llamara Adolfo Hitler o el premio de la Sociedad de Cirugía se denominara Jack, el destripador.


Joseph Pulitzer compró un diario quebrado, el New York World y lo levantó a fuerza de noticias sensacionalistas. El periodismo amarillo -la difusión de noticias de baja estofa- tomó su nombre de él, por una historieta en colores, The Yellow Kid, que publicaba. William Randolph Hearst, su competidor en el mundo periodístico terminó robándole al autor de la tira que pasó a salir en el Journal.  Pero la mayor víctima de esa disputa fue la opinión pública ya que ambos diarios pasaron a competir inventando, disfrazando o distorsionando las  noticias y cambiando el objetivo de informar por el de vender. En ese sentido Joseph Pulitzer fue pionero en eso de convertir al periodismo y a los medios de difusión en lo poco creíbles que son actualmente.
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