No es lindo contar habladurías de nadie, ni tampoco andar
demoliendo ídolos, pero nunca es triste
la verdad, lo que no tiene es remedio: los primeros cornudos que registra
la historia fueron Ulises y el Rey Minos.
La historia oficial de Ulises (Odiseo para los griegos) dice que,
finalizada la guerra de Troya, el héroe emprende el regreso a casa mientras va
sufriendo una demora tras otra. Penélope aguarda en Ítaca el regreso de su
marido acosada por numerosos pretendientes. Para mantenerlos a raya (pero
interesados…) les dice que tiene que terminar de tejer un sudario para cuando
muera su suegro Laertes y que recién entonces elegirá nuevo marido. Mientras
tanto le da largas al tema destejiendo de noche lo que avanza de día (supuestamente
esperando el demorado regreso de Ulises). Esta es la versión romántica de la
historia según cuenta Homero en La Odisea,
pero parece que no fue tan así.
El asunto entre Penélope y Ulises no fue sólo un tema de tejer y
destejer, la cosa venía ladeada desde antes. Y no es que lo diga yo por querer
contrariar la versión oficial. Son varios lo que conocían la cuestión y desde
hace mucho tiempo.
Sebastián de Covarrubias, en su Tesoro de la lengua Castellana o Española de 1671 dice que “Poner
los cuernos tomó ocasión de lo que se cuenta de Mercurio (Hermes para los
griegos), que en figura de cabrón tuvo ayuntamiento con Penélope, mujer de
Ulises; del cual nació el dios Pan con cuernos”.Alberto Moravia, en su novela El desprecio de 1954, postula algo parecido. El tipo se habría tomado el buque y embarcado en la Guerra contra Troya, con tal de no ver lo que hacía su mujer, que no sólo tenía acercamientos con Mercurio (que era un dios) sino con otros mortales (y los comentarios en el barrio eran inaguantables.)
También dice que, terminada la guerra, Ulises teme enfrentar la
situación, volver a Ítaca junto a su mujer y empieza a dar vueltas y más vueltas
complicando adrede su viaje de regreso (Escila y Caribdis, Calipso y los
feacios, Eolo y los vientos, Polifemo, Circe, El Hades…) Cualquier pretexto le
resulta bueno para demorarse un año aquí, dos allá, etcétera. No es el espíritu
de aventuras lo que lo guía sino la reticencia a aceptar la incómoda situación de
la que había huido años antes y deberá afrontar nuevamente a su llegada. Si
fuera cierto que sólo pensaba en Penélope, se pregunta, ¿por qué la traiciona
cada vez que se le presenta la ocasión? La respuesta es: sólo para pagarle con
la misma moneda con que ella lo había despreciado.
Sin dudas es más linda y romántica la versión de Homero que, o no
estaba al tanto o miraba para otro lado (en sentido metafórico, dado que era ciego).
Todo allí es hermoso y lo sería todavía más si no supiéramos lo que Homero
significa: “hijo de rehenes” y “el que no ve”.
Esto último sí que es verdaderamente cierto: ojos que no ven,
corazón que no siente.
Continuará…
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