lunes, 26 de noviembre de 2012

"Denevi" y "Blaisten" - Final


Continuación.

Siempre he pensado que cada persona elige su abogado a imagen y semejanza, que los ladrones eligen profesionales tan marginales como ellos, que los famosos eligen abogados mediáticos y así todo el mundo. Pero en este caso, confieso que me equivoqué. He imaginado a un Marco Denevi tímido y retraído y a un Isidoro Blaisten melancólico y tranquilo, pero nada de esto se refleja en el carácter de sus abogados. De lo que estoy seguro es que los cuatro son unos neuróticos de libro. Lo digo por esa capacidad de encontrar la paja en el ojo ajeno y de herirse con palabras que parecen inofensivas pero resultan ser filosas como vidrios rotos.
Mientras estaba en estas reflexiones, los alegatos continuaban:
...
"BLAISTEN":  Nadie que haya leído Al acecho se olvidará en su vida de los salsifíes (aunque no sepa qué quiere decir) ni de uno de los finales más sorprendentes por no decir el mejor de todos.
"DENEVI":  Si vamos a hablar de policial, lo que se dice policial, me voy a limitar a decir cuatro palabras: Rosaura a las diez.


Personalmente, lo que me gusta de Blaisten es eso de que con sus cuentos disfrutan tanto los intelectuales (él decía Barthes) como los muchachos del barrio de Boedo. En Denevi me encanta cómo capta los recovecos del alma y va cambiando el lenguaje, haciendo hablar a cada personaje como hablan en la realidad.
Podría decir que Permiso maestro (1969), de Blaisten, es inmejorable, un monumento a la sutileza y una excelente reflexión sobre la escritura y los escritores. Es perfecto. Pero digo “perfecto” y se me vienen a la cabeza Charlie (1973) y Salvación de Yayá (1977), ambos de Denevi, de los que he escuchado a muchos decir que son perfectos (y lo son). Digo más, después de leer Charlie he sentido, no pocas veces, un impulso –que todavía no sé cómo no concreté – de apuñalar a un remisero de la otra cuadra.
Sí, ambos son “el mejor”; Blaisten del absurdo y el sinsentido y Denevi de la angustia y el misterio.
Claro que esto de aparecer tan criterioso y mesurado lo puedo hacer en este párrafo porque pongo los pensamientos por escrito y esto requiere un distanciamiento, un filtrado y una elaboración que habitualmente, es decir hablando, no tengo. Y además, porque estoy mirando a los dos al mismo tiempo y desde afuera.

Pero no siempre consigo mantenerme en ese plácido lugar de equilibrio. A veces el tribunal se pone a sesionar por su propia cuenta y resulta muy difícil evadirse de los cargos asignados. Yo ya sé que cuando me sale el energúmeno, tengo que cuidarme. En esas ocasiones, una de las técnicas que uso es hacer tiempo, tratar de alejarme de los temas o verlos desde un costado más liviano. Por ejemplo, me pongo a hacer castings (que nadie me ha encargado) para los personajes. Evidentemente, el que eligió a Juan Verdaguer para el papel de Camilo Canegato en la película de Rosaura era un genio. Yo, después de haber visto El secreto de sus ojos, propondría a Guillermo Francella para el Adalberto Pascumo de Un pequeño café. Para el matrimonio Ponderoy, de Viajeros, elegiría a Erica Rivas y Marcelo de Bellis.

Repaso mi casting imaginario y veo que solo estoy pensando en personajes de Denevi. Esto me produce más angustia porque, en el fondo, estoy cometiendo una injusticia con Isidoro. Lo mismo me pasa cuando acabo de leer a uno de ellos y me olvido del otro. Ahí vuelven, como un estigma, a aparecerse sus defensores con los argumentos para perturbarme en una lucha inútil y agobiante. Para mí que son los egos de los escritores que, no conformes con que los leamos, quieren ocupar el lugar más importante en nuestras cabezas. No quisiera pensar que se trata del escritor frustrado -que algunos lectores disimulamos en la forma de un severo crítico- que forma parte de un jurado imaginario con el poder de hacer picadillo a los desgraciados esos que escriben tan maravillosamente.

Me abstraigo por un momento de estas digresiones y vuelvo a observar la escena del tribunal. “Denevi” y “Blaisten” miran cansados a un bizco que se ha sumado a la discusión y los reprende: “Déjense de joder, ¿tengo que repetirles que el infierno es la mirada de los otros?” Un cuarto tercia en la disputa y recuerda que su mamá le decía “Guárdate de los señalados de Dios”. El fantasma de Borges reclama un lugar para él en el Olimpo y el de una amiga pregunta por Isabel Allende.
Lo que pasa es que los escritores tienen una imaginación desbordada, no pienso seguirles el juego. Esos tipos están todos locos de atar, por mí se pueden ir ya saben a dónde. Yo no me voy a dejar llenar la cabeza con sus locuras y berrinches. Por suerte, en quince minutos empieza Fútbol para todos.

Fernando Terreno
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2 comentarios:

FLACA dijo...

Pasé a dejarte un abrazo. Ya sé que estoy ausente, pero siempre llevo a los amigos en un rinconcito de mi corazón. Otro abrazo para Susy.

Fernando Terreno dijo...

Yo sé que estás ahí. Tanto que en la entrada "Quinientas" puse unas ilustraciones que imagino que te van a gustar.
Abrazo "en pila", así se los hacés llegar al resto de la tribu.