sábado, 25 de julio de 2009

Gulliver, cardiólogo.

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Gulliver, cardiólogo.

Casi de casualidad –si es que las hay-, me encontré con mi amigo y cardiólogo José Luis en la fiesta de cumpleaños de Paula, otra amiga. Como el plato principal era un pulsudo guiso de lentejas que había preparado la dueña de casa, empecé a relojear a mi galeno, para ver si atacaba primero dándome así tácito permiso para una “pequeña transgresión” a la veda al consumo de sal que me indicó.
Una vez obtenida, y como para celebrar la interrupción temporaria de la norma, le conté que un escritor famoso, aficionado a la física, las artes marineras y la medicina, decía acerca de la sal lo mismo que él, hace más de trescientos años.
Véanlo ustedes, en sus propias palabras:

“…molí avena entre dos piedras, y luego, echando agua, hice una pasta o torta que tosté al fuego y comí caliente con leche. Al principio me pareció una comida muy insípida, aunque es bastante corriente en muchos puntos de Europa, y como a menudo me había visto reducido en mi vida a alimentarme con dificultad, no era aquella la primera vez que experimentaba cuán poco basta para satisfacer a la naturaleza. Y no puedo menos que advertir que mientras estuve en aquella isla no sufrí una hora de enfermedad. Es verdad que algunas veces logré atrapar un conejo…

Y aun a las veces, como excepción, hacía un poco de manteca y bebía el suero. Al principio sufría mucho por la falta de sal, pero pronto me hizo a ella la costumbre, y estoy seguro de que el uso frecuente de la sal entre nosotros es un efecto de la sensualidad, y se introdujo como excitante para beber, menos cuando es preciso para la preservación de carnes en largos viajes o en sitios apartadísimos de los grandes mercados. Porque yo no he observado en animal alguno, salvo en el hombre, tal afición; y por lo que a mi se refiere, cuando salí de aquel país, pasó bastante tiempo primero que pudiese sufrir el gusto de la sal en nada de lo que comía.”


Jonathan Swift, Viajes de Gulliver, Cuarta parte, hacia el fin del capítulo 2.

Jonathan Swift, (1667-1745), irlandés de Dublín, escritor satírico, sacerdote, político y firme defensor de la libertad y de las políticas sociales del gobierno progresista irlandés de 1710.
La dudas que provocaba su poca ortodoxia religiosa y las posiciones públicas reivindicativas de su pueblo, lo convirtieron en un héroe para los nacionalistas (en sus tiempos era una especie de Peter Capusotto irlandés).
En 1729 escribió un texto de defensa de sus reivindicaciones, lleno de humor e ironía: Una modesta proposición, donde aparece una de las primeras (si no la primera) muestras de humor negro de la literatura, en la que propone que los niños irlandeses pobres sean vendidos como carne para mejorar la dieta de los ricos con el beneficio consiguiente de ambas partes.
Su obra maestra, Viaje a varios lugares remotos del planeta, más conocida como Viajes de Gulliver, se ha popularizado en la categoría “literatura infantil” pero es a la vez (principalmente) una sátira o fábula contra la hipocresía, la corte, la monarquía, los científicos engolados y la sociedad inglesa en particular. Esencialmente es una filosa reflexión sobre el género humano, divertida y agradable. Como toda obra maestra admite varias lecturas, puede ser disfrutada por grandes y chicos.
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7 comentarios:

joseluis dijo...

Agradezco a Fernando que no me halla comparado con Gulliver por estatura, lo que sería un error ya que él no era tan alto como yo sino que tenía pequeños pacientes liliputienses. Como sea, ambos podemos considerarnos "grandes" cardiólogos.
Es genial la descripción de Jonathan Swift, respecto de lo "humano" del uso y abuso de la sal. Que se sepa no hay otro animal que sale sus comidas (tampoco que prepare guisos de lentejas).
Los chinos ya la usaban para conservar los alimentos hace unos 5000 años. Tan humana es esta costumbre que la palabra "salario" deriva de la forma en que el imperio romano pagaba a sus soldados, usando la sal como moneda ya que valía su peso en oro. En la revolución francesa, una de las primeras medidas revolucionarias fue abolir el impuesto a la sal (gabelle). Algo similar sucedió en la India de Gandhi durante la "Marcha de la sal" y a lo largo de la historia su valor la llevó a varias guerras. Sin embargo, hoy provoca más daño que esas batallas a través de la hipertensión arterial.
Se calcula que el hombre del paleolítico no consumía más de 2 gr de sal por día y que sería razonable, para quien no padece hipertensión, ingerir hasta 4 o 5 gr (los hipertensos no deberían pasar de 2). Pero hoy los argentinos consumimos diariamente unos 12 gr, o sea 4 Kg por año, lo que no es nada saludable. Un tercio de esa sal está en los alimentos naturales, otro tercio es la que adicionamos a las comidas mediante el salero y el restante proviene de alimentos manufacturados (panes, quesos, fiambres, conservas, repostería, gaseosas, etc.). A modo de ejemplo, el exquisito guiso de lentejas de la Paula no tenía sal adicionada, más allá de la aportada por el chorizo colorado, la panceta y otras delicias naturales o no tanto.
Aclaro que el hecho de haberme comido dos platos, en ningún momento debe ser interpretado por mis pacientes como una autorización para la transgresión. Nosotros, como los curas, no estamos para dar el ejemplo, sólo damos consejos ¡Salud!

Marple dijo...

fernando:
estaba muy interesada en el post anterior y no pude,por falta de tiempo hacerte una pregunta.
ahora sí, ya la escribí en el anterior.
En cuanto a Swift leí los vijes de Gulliver pero como si fueran cuentos para niños.Creo que deberé leerlos con otra mirada. Este Swift era un tipo muy interesante.

También estoy en la lucha contra la sal,hipertensa, y medicada, no tengo otra solución.


abrazos

andal13 dijo...

Dicen quienes practican la antropofagia que los occidentales no somos apetitosos por la manía de agregarle sal a las comidas...

Leo Carballo dijo...

Por fin mi salud me da una ventaja: soy hipertenso, y puedo comer sin sal. Hace muchos años que lo hago y si bien comer algo salado no me molesta, lo noto inmediatamente. Tampoco le agrego azúcar a nada, aunque disfruto de los dulces. Y descubrí que para la hipertensión nada mejor que un facultativo que acierte con la cantidad precisa de falopa que nos evite una desgracia.
Buen provecho!

Unknown dijo...

Ya veo que somos más de uno los hipertensos y medicados.
Ahora, sin pretender discutir ni con Swift ni con tu cardiólogo, pregunto ¿por qué las vacas necesitan lamer bloques de sal con cierta frecuencia? En las estancias hay grandes bloques de sal dispuestos en la pradera para que no les falte la sal a esos animalitos de dios.
Que alguien con conocimientos me desasne.

Fernando Terreno dijo...

Santi:
Esto lo tendría que averiguar La Flaca con algún veterinario del Frigorífico Las Piedras...
Pero mientras, te comento lo que yo recuerdo: la vacas no necesitan lamer sal extra, se las dan por motivos varios, uno de los que recuerdo es para estimular la sed y el apetito. Especialmente la ingesta de agua por las lecheras.
Otra treta que recuerdo es que antes pesar la hacienda a vender le hacés lamer sal para que tomen mucha agua y compensen la merma del translado (porque como vos bien sabés, cuando las llevan en los camiones jaula, "cagan y se mean como vacas en viaje"). Igual les rebanan siempre unos kilitos...)
Veamos si La Flaca consigue mejor información.
Un abrazo
Fernando

Anónimo dijo...

I wish not approve on it. I over nice post. Especially the title attracted me to read the unscathed story.